Ayer lunes, tenía muchas cosas que hacer, típicas de un lunes. Ir al banco, llamar a los clientes, hacer citas, tareas pendientes que me tienen complicada la agenda. Incluso, para poner más feo el asunto, me había comprometido con mi hermana a asistir a la reunión de padres de familia de mi sobrino, dado que ella no podría ir. Pues bien, me desperté, como todo lunes, odiando mi alarma, que con los suaves acordes de Wings,”Let’em in” me retira de la tierra de los sueños para iniciar un nuevo día de trabajo.
Fui a dejar a mi pequeña estudiante. Día lunes, minuto cívico, la niña debe llegar temprano para cantar las sagradas notas del Himno Nacional, detestaría que llegue irrespetuosamente tarde. Ya de regreso, unas puntadas en mi cabeza, como agujas clavadas desde dentro de mi cerebro, me lastimaron. Me recosté un rato antes de salir. Tenía una cita importante a las 10 am, toda la ropa lista sobre la cómoda, los zapatos, la cartera, todo listo para vivir la vida. Pero el sopor era más poderoso, y me quedé dormida sin notarlo.
11 am. ¡Ya no llegué a mi reunión! Apago el celular para poder morir en paz. Pues el dolor de cabeza me hacía sentir como si los sesos se me saldrían por los globos oculares.
12:30. Hora de salida de mi hija. Tengo que irla a retirar. Pero no podría enfrentarme al mundo, estaba muy débil, sentía que mis piernas no podían conmigo. Mi madre fue a verla a regañadientes, pues de momento pensaba que yo tenía simple pereza por trasnochar en Internet. Pero al ver que a esas alturas del día mi laptop estaba guardada en su maletín, ella comprendió que no era teatro mi malestar. Además detesto inspirar lástima.
13:30 No describiré detalladamente esta parte de la historia pues es muy desagradable. Nada escatológico, gracias a Dios, pero igualmente asqueroso. Mientras, entre lágrimas, veía a mi hija observarme impotente, con el dolor en su mirada, como pensando “¿qué le pasa a mi mamá?” Y de hecho, me lo dijo “mami, no te mueras…”. Sin exagerar, realmente pensé que me moriría. Nada tenía importancia, mi malestar era tan absorbente que todo se puso en perspectiva. Ni mi trabajo, ni las cosas pendientes, ni la reunión importante que había perdido. Todo era nada al pensar que podría morir. Tan absurdamente, tan estúpidamente. Tan poco elegantemente.
17:00 Tras vomitar la vida horas antes, al despertar sentí que el alma regresaba a mi cuerpo. Un leve temblor azotaba mi cabeza, pero ya estaba bien. Prendí mi pc. Twitterland no había notado mi ausencia. Pitonizzaland seguía igual, atrayendo pajeros, suicidas y desesperados en busca de hechizos. Nadie se imaginaba que la perturbada que escribe aquí estuvo en el umbral del cielo (o del infierno).
Al ver el mundo tan igual, tan intacto sin mi presencia, reflexiono:
- nadie es imprescindible
- si un día faltara, nadie lo notaría
- ¿cómo se darían cuenta de que he muerto? ¿Porque ya no hay dos posts diarios?
- para la única persona que importo es a mi hija. Eso es suficiente para mí para seguir viviendo.